El oscuro experimento de los inicios de la psiquiatría en el hospital más grande de París » El teatro de las locas»

La Salpêtrière no ofrecía tratamientos ni cuidados sino exclusión y recibía a las arrestadas en las redadas en las calles de la capital francesa que no eran elegidas para convertirse en las madres de la Nueva Francia en América.

En esa era del «Gran confinamiento», La Salpêtrière era usado como prisión para prostitutas, criminales dementes, discapacitadas mentales y pobres.

Con el tiempo, miles de mendigas, hijas del adulterio, huérfanas, lisiadas, ciegas, epilépticas, alcohólicas, seniles, suicidas, idiotas, moribundas, ladronas, criminales, brujas, hechiceras, protestantes, judías, melancólicas, lesbianas, prostitutas, locas, libertinas, depravadas, erotomaníacas, gordas, malcriadas, bohemias y demás terminaron tras esas magníficas puertas de hierro forjado que más tarde recordaría Jeanne Beaudon.

La Salpêtrière, que servía también como prisión, fue asaltada durante la Revolución Francesa y más de 100 prostitutas fueron liberadas, pero 25 «locas» fueron sacadas de sus celdas y asesinadas en las calles.

Sin embargo fueron los principios de esa misma revolución de la que hizo parte ese sombrío episodio los que eventualmente inspirarían cambios para la población residente en el desafortunado lugar, de la mano de doctor Philippe Pinel quien, de cierta forma, extendió «Los derechos del hombre» a las reclusas. Pinel mismo era un médico provincial pobre que logró ascender gracias a su talento.

Era un aliensita —médico especializado en desórdenes mentales— y parte de un movimiento de reforma que estaba también en marcha en Inglaterra, Francia y Estados Unidos para humanizar el trato de los pacientes.

En 1794 se convirtió en jefe del servicio médico de La Salpêtrière y empezó a mejorar las instalaciones así como el tratamiento de las confinadas, incluyendo una nueva «terapia moral» desarrollada por él y sus contemporáneos.

Estaba de moda» ir a ver a las reclusas.

Lo hacían para «estremecerse ante los dichos salvajes y la violencia de los infortunados seres encerrados en aquellos refugios de las peores enfermedades humanas», hasta que tuvieron que cerrar del gentío que iba.

No obstante, tras las rejas, los cambios continuaban.

En 1.800 Pinel les quitó las cadenas que habían llevado en algunos casos por décadas las mujeres.

Philippe Pinel (1745-1826) liberando a las locas de sus cadenas en La Salpêtrière de París en la pintura de Tony Robert-Fleury (1837-1911).

Una década más tarde, un joven estudiante de neurología llamado Sigmund Freud admiraría el cuadro y reflexionaría: «La Salpêtrière, que había sido testigo de tantos horrores durante la Revolución, también había sido el escenario de la más humana de todas las revoluciones«.

Joder, qué machista el tipo.

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