El conductor jubilado que robó un ‘goya’ y lo devolvió años después tras pedir una sola cosa a cambio
‘El duque’ lleva al cine la increíble historia de Kempton Bunton, el hombre que burló la seguridad de la National Gallery londinense en 1961 y ejecutó un robo que lo convirtió en el Robin Hood de la clase media británica
El 21 de agosto de 1961, un conductor de autobuses jubilado se agenciaba un cuadro de Goya que se exhibía en la National Gallery de Londres.
Es un tocho (a ver qué habéis leído vosotros?)
Le resultaba indignante que “se gaste una auténtica fortuna en el retrato de un aristócrata cuando muchos ancianos británicos ni siquiera pueden disfrutar de un servicio público como la televisión».
Se coló en el museo a través de una ventana abierta en uno de los cuartos de baño, se dirigió a la sala en que estaba el Retrato del duque de Wellington, de Francisco de Goya, y se lo llevó puesto, sorteando al (escaso) personal de seguridad y burlando el por entonces puntero sistema de alarmas, que estaba siendo reiniciado en ese preciso momento.
Qué hizo Bunton con el cuadro recién robado? No lo llevó a un perista ni lo sacó del Reino Unido. Lo envolvió en papel de periódico y lo guardó en su vivienda de protección oficial de un barrio periférico de Newcastle, preocupándose de cambiarlo de escondite cada cierto tiempo para que su esposa no lo encontrara.
Lo conservó hasta julio de 1965, casi cuatro años después del hurto. En ese tiempo, pidió “rescate” por la obra en varias ocasiones, a través de una serie de cartas, a cuál más delirante, enviadas a medios de comunicación y a Scotland Yard. Primero pidió 140.000 libras que debían destinarse a una obra de caridad en concreto: la creación de un fondo de ayudas que permitiese a los jubilados sin recursos pagar el canon de la BBC, un impuesto anual de cuatro libras que se imponía a todos los propietarios de televisores y con el que se financiaba la cadena pública.
Como este intento de extorsión caritativa no recibió respuesta, el ladrón cambió de táctica enviando esta vez, a través de la prensa, una carta abierta “a los millonarios fanáticos del arte que no se preocupan por la gente humilde”. En ella les invitaba a que fuesen ellos los que creasen ese fondo especial de ayuda a los ancianos televidentes británicos. ¿Queréis vuestro cuadro? Pues devolvednos nuestra tele.
Más adelante, en marzo de 1965, Bunton se ofrecía, sin más, a restituir la pintura “intacta y en perfecto estado de conservación” a cambio de que, una vez devuelta, se organizase una exhibición benéfica para recaudar esas dichosas 140.000 libras “o lo que fuese posible”. Había pensado incluso en el precio de la entrada: cinco chelines por barba. The Daily Mail se ofreció a coordinar la operación. En sus artículos sobre el tema, los periodistas del popular tabloide se referían al ladrón como “el Robin Hood televisivo de la tercera edad”.
En julio de 1965, la delegación del Daily Mirror en Birmingham recibió el resguardo de un paquete que un tal “Mr. Bloxham” (probable referencia a un personaje de Oscar Wilde que encuentra a un niño recién nacido en una bolsa de viaje) había depositado en la consigna de la estación de New Street. Un redactor del tabloide acudió a recoger el paquete y encontró en su interior el cuadro robado, sin marco pero sin mácula. La policía interrogó al personal de la estación intentando seguir el rastro del misterioso Mr. Bloxham, pero la investigación no obtuvo ningún resultado y se dio carpetazo provisional al asunto.
Para empezar, reconoció los hechos, pero se declaró inocente de los cinco delitos que le atribuía el fiscal de la Corona británica. La línea de defensa diseñada por su abogado, el célebre penalista Jeremy Hutchinson, que aceptó representarle sin cobrar ni un penique, consistió en que no se trataba de un robo, dado que Bunton nunca tuvo intención de quedarse el cuadro.
Se limitó a tomar prestada y “custodiar de forma escrupulosa” una obra de arte pagada con fondos públicos y, por lo tanto, propiedad de todos los ciudadanos británicos. No intentó venderla y el “rescate” que pidió por ella iba a ser destinado no a su propio lucro, sino a un proyecto social, por lo que su supuesto acto de extorsión había sido en realidad un ejemplo de activismo solidario tal vez extremo, pero bienintencionado.
Bunton explicó durante las sesiones que la principal motivación para su “campaña” había sido leer en la prensa que el Estado había invertido 140.000 libras en comprar la pieza para impedir que un coleccionista privado, el magnate petrolero estadounidense Charles Wrigthsman, la sacase del Reino Unido. Al jubilado le resultaba indignante que “se gaste una auténtica fortuna en el retrato de un aristócrata cuando muchos ancianos británicos ni siquiera pueden disfrutar de un servicio público tan esencial como la televisión”.
Bunton fue declarado inocente de (casi) todos los cargos. En efecto, la definición legal del delito de robo vigente en el Reino Unido en 1965 no incluía el acto de “tomar prestado” y devolver voluntariamente un objeto de titularidad pública. A Bunton le condenaron a tres meses de prisión por el único delito del que fue considerado culpable, el robo del marco, que nunca pudo devolver dado que se perdió, según parece, durante la incursión nocturna en la galería.
El juez dedicó en la sentencia unas frases de suave reprimenda al acusado en las que reconocía la “nobleza” de sus intenciones, pero consideraba que “privar al gran público del disfrute de una obra de valor es un acto que no debe quedar impune”.
Pero hay más….
Al parecer, fue una ocurrencia del abuelo que ejecutó el padre de Christopher, John Bunton, solo o en compañía de algún otro familiar. A John le preocupaba que su padre, un hombre “terco y obsesivo”, se hubiese propuesto colarse en la National Gallery para robar el cuadro pese a su edad, su sobrepeso y sus problemas de salud, así que lo hizo él. Kempton recibió el paquete, lo guardó en su casa y fue el autor de las cartas de extorsión y el encargado de “liberar” al duque una vez que asumió que su plan había fracasado. Christopher ha explicado que se trataba de “un incómodo secreto” que los Bunton no se decidieron a divulgar hasta asegurarse de que cualquier posible responsabilidad legal hubiese prescrito. “Para mí, mi abuelo es un héroe”, explicaba a Silito el portavoz de la familia, “aunque no estoy muy seguro de que mi padre pensase lo mismo”.